CONGOrilas

Cuando pregunté en Kampala cuál era la opción más rápida y económica para ir a ver los gorilas, me dijeron “Congo”, ése debía ser mi destino. Claro que, igualmente, no era económica. “Los otros países donde puedes ver a los gorilas de montaña es Uganda o Ruanda”. Pero para eso debía esperar 15 días, “porque cada grupo de gorilas puede ser visitado por un máximo de ocho personas y estar con ellos tan sólo 1 hora y en estos 2 países los grupos ya estaban llenos”.

Entonces dejé la capital de Uganda con destino Kisoro, con rumbo Sudoeste, pasé del invierno al verano al cruzar el ecuador, y así dejé la sabana para entrar en las montañas de la cordillera de los volcanes Virunga.

Luego de cruzar la frontera con Uganda, tuve que hacer unos 15 kilómetros en el Congo para llegar al Parque Nacional Des Virunga: allí iniciamos un <i>trekking</i>, ingresamos en la selva, fuimos hasta más allá de la niebla y entre la tupida jungla para poder ver a los gorilas. Allí, caminando, sólo se podía ver hasta la segunda persona que iba delante de uno ya que la tercera desaparecía entre la maleza.

Antes de iniciar la caminata fuimos sometidos a una breve charla sobre consejos y actitudes que debíamos tomar al encontrarnos frente a nuestros primos no tan lejanos: “Deben hablar en voz baja, está prohibido tocarlos, comer o beber delante de ellos y sólo pueden acercarse hasta una distancia de 7 metros”. Que en realidad fue menos.

Screen-Shot-2013-10-11-at-16.51.38Si alguno de los gorilas se dirigía hacia nosotros, debíamos bajar la mirada, inclinarnos y quedarnos quietos. Asimismo, siempre teníamos que permanecer detrás de nuestro guía; lo que nunca nos dijeron fue qué actitud tomar cuando nuestro guía corriese delante de nosotros al ser perseguido por uno de estos peludos mamíferos… como realmente sucedió. “¿Por qué todo esto?”. “Porque la mayoría de estas medidas son para evitar que los gorilas se contagien enfermedades humanas”.

En ese tupido sendero selvático pudimos apreciar las huellas y el rastro que habían dejado unos elefantes que muy temprano, durante esa madrugada, habían cruzado por lo que luego sería nuestro camino.

La excitación en nuestro pequeño grupo era palpable, éramos sólo cuatro, muy bien custodiados por siete militares congoneses fuertemente armados. De esa manera, fuimos conducidos por nuestro guía, Tembo, hasta el lugar donde los gorilas habían sido vistos el día anterior y desde allí seguimos su notable rastro entre la maleza, abriéndonos el paso con los filosos machetes, hasta encontrarlos. Así recorrimos el famoso y muy bien vendido GORILLA TRAIL, o sea, el camino del gorila.

“Para andar en la jungla es indispensable llevar pantalones largos y es más que aconsejable metérselos debajo de las medias”. Nadie desearía que algún pequeño animal o insecto deambule dentro de sus pantalones. Para mí, esto fue de gran utilidad ya que no muy lejos de donde encontraríamos a los gorilas había un hormiguero totalmente desarmado por alguno de nuestros peludos visitados, el cual se había dado una panzada de hormigas coloradas hacía poco tiempo. Al pasar por allí, mis piernas se cubrieron de estos no tan pequeños insectos y estuve más de media hora hasta deshacerme de ellos.

El grupo de gorilas que íbamos a visitar estaba integrado por un macho, cuatro hembras y cuatro crías. Antes de verlos, podíamos olerlos. Tembo dijo: “Ahora estamos muy cerca”. Nos agachamos y nos acercamos a los gorilas en silencio. Luego de hacer unos pasos más entre la maleza, la ilusión de verlos se convirtió en realidad y también en sueño cumplido.

Al primero que vimos fue al macho de imponente porte, pesaba algo más de 200 kilos. A partir de ese momento, el guía, y posteriormente nosotros, comenzamos a emitir un sonido que imitaba el gruñido de los gorilas, para que ellos no se sorprendan o se asusten de nuestra presencia. De esta forma, les informábamos dónde nos encontrábamos o que nos movíamos para verlos desde otro ángulo, y así conseguir nuestro valioso tesoro: las fotos.

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No muy lejos del macho pudimos ver a tres de las hembras, una de ellas, tenía en sus brazos a la más pequeña de sus crías, que no llegaba al año de edad. Allí mismo, se encontraban saboreando unas verdes hojas otras dos crías de casi tres años. Son los más pequeños los que, por curiosidad, normalmente se acercan a los visitantes. El primero en arrimarse fue el más joven de ellos, que, con su pequeño y gracioso porte, se acercó gateando lentamente y luego de que nosotros retrocediéramos unos pasos, su madre se aproximó para buscarlo. En varias ocasiones vimos a los pequeños machos caminar en dos patas, golpeándose el pecho, generaban un fuerte sonido muy parecido al ruido de los tambores. La primera media hora con ellos pasó volando. Luego, en numerosas ocasiones, uno de los no tan pequeños, de tres años y de más de 60 kg, comenzó a acercársenos y posteriormente a perseguirnos tanto por tierra como por aire, subido a los árboles y cruzando de rama en rama, con la intención de saltar sobre nuestras espaldas. En ese momento, nuestro guía dijo: “No corran”, pero claro, él estaba adelante, con su machete en mano, y nosotros, sin siquiera una navaja, y a veces, atorados por alguna liana que obstruía nuestro escape. Entre estas idas y venidas, se consumió nuestra segunda y última media hora, pero obtuvimos unos 15 minutos adicionales para observarlos desde otra perspectiva y pudimos tomar nuestras últimas fotos antes de salir de esa espesa selva, para poder regresar a Uganda.
Volvimos con una confusión de sentimientos, felices de haber compartido con ellos ese día, pero, al mismo tiempo, entristecidos como quien se despide de un gran amigo con el que se ha pasado un momento inolvidable… y sin saber si alguna vez volverás a verlo.

Valió la pena el camino recorrido.

 

Javier Remon

2 comentarios en «CONGOrilas»

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