Una noche recibí un llamado misterioso, me hablaban en swahili, por lo que mucho no entendía, pero escuche una palabra mágica y muy especial para mi: «Eunoto» entonces enseguida supe quién me estaba llamando. Era un Masai que conocí en mi último safari cuando visitaba los masáis más auténticos que se puedan encontrar. Él vive cerca de una Maniata Ceremonial, este poblado de 75 chozas típicas, fue construido en círculo especialmente para esta fiesta, y su diámetro interior tiene más de 150 metros.
Esta ceremonia, se celebra cada 8 o 10 años, y en ella se festeja la finalización de la etapa de la actual generación de guerreros. Ante semejante acontecimiento, cambie mis planes para la navidad y en lugar de irme a Zanzíbar, me dirigí a una zona de difícil acceso en el norte de Tanzania.
Para llegar a destino viajé un día en bus local y luego 2 horas en motocicleta. En Africa estos buses locales no dejan de sorprenderme, por más que uno piense que lo ha visto todo sobre ellos (desde viajar con gallinas, cabras y cerdos hasta que el que este sentado delante se haga pis encima y le moje los pies a tu compañera de viaje; o que un niño vomite sobre tu mochila, (la mía); que las cucarachas te despierten a la noche al caminar sobre tu cara; pero también hay cosas positivas como que arreglen un problema mecánico con una pinza un cable o que en medio de la carretera le cambien el motor a tu bus; que en un asiento y con un ticket viaje una señora con sus cuatro hijos, a esto es lo que se llama la gran familia africana, comparten todo y hasta a mí, normalmente el único «Mzungu» (blanco), me han dado, alguna vez, un niño para que lo lleve unas horas), si bien siempre surge algo nuevo y/o diferente, esta vez iba a superar todo lo anterior. Me llamó la atención que el bus partiese con las últimas hileras de asientos vacías, pero no iba a ser por mucho tiempo. Al salir de la ciudad el bus se desvió de su ruta normal y cuando se detuvo, vi subir a 14 reclusos encadenados entre sí. Estos presos iban muy bien custodiados por 5 guardias fuertemente armados con sus Kalashnikovs, A mi no me quedaban dudas de que en caso de motín tomarían de rehén al único Mzungu, o sea a mi.
Por suerte el bus llego a destino sin mayores incidentes, solo algunos problemitas técnicos, que fueron solucionados cada 30 minutos por los 3 mecánicos que ese bus lleva en cada viaje.
A la zona donde se hace el «Eunoto» hay que ir con tiempo, ya que si se larga a llover quedaríamos incomunicados.
Al llegar a la enorme maniata, encontré a los «moran» (guerreros) cantando y bailando, unos iban con cuernos de Kudu, usándolos como trompetas, otros con plumas de avestruces y colas de Ñus, y los más valientes con melenas leones sobre sus cabezas. Todos iban pintados de rojo o blanco, junto a ellos estaban las mujeres, hermanas y madres quienes cantando y bailando se unían a la fiesta.
Pese a lo que la mayoría de la gente piensa, los masáis siguen cazando leones, pero lo hacen para ocasiones especiales y el Eunoto es una de ellas. Yo no creía que los Masáis actualmente cazaban leones, pero cuando los vi llegar con la melena del león sobre la cabeza y la cola de ese temido felino en la punta de la lanza, entonces mis dudas se disiparon inmediatamente. Me contaron que para cazarlos van en un grupo de 9 a 19 guerreros, acorralan a un león que esté en solitario y cuando este intente atacar o escapar, le hacen frente con sus lanzas, el primer guerrero que clava su lanza en el cuerpo del león es quien se queda con su melena, el segundo en herirlo se queda con la cola y el resto del grupo suele regresar con algunos suvenires como garras, bigotes, uñas, orejas, etc.
La ceremonia del Eunoto dura 6 días, el primer día es el encuentro, los guerreros de diferentes zonas llegan y en numerosas formaciones ingresan cantando y bailando a la Maniata, luego vienen 2 días rojos, en ellos predomina el ocre o rojo sobre la piel de los guerreros, después le siguen 2 días Blancos, estos son los días más espectaculares ya que el blanco sobre la piel oscura de los guerreros los hace real y fotográficamente impresionantes. El ultimo día es cuando a todos los Moran les cortan sus largas melenas y con este acto, dejan de ser guerreros y por ende ya se pueden casar.
El segundo día blanco fue mi preferido, me levante muy temprano, a las 5 de la mañana y me fui a la maniata cuando todavía la noche acechaba. Me junte con los líderes de los guerreros y con una densa niebla comenzamos a caminar hacia el río antes de que amaneciera, yo iba con el grupo de los 29 elegidos, son ellos quienes ese día con la ayuda de algunos mayores tienen que llevar un toro al río para sacrificarlo. De cerca éramos seguidos por más de 300 jóvenes guerreros, el mayor de ellos debía tener unos 24 años. Al llegar al río sacrificaron al toro, todos los guerreros y un mzungu bebieron su sangre y después de cuerearlo, lo asaron y se lo comieron, bueno, nos lo comimos.
Luego de enterrar los restos del toro, los guerreros pasaron por el río a pintarse de blanco y desde allí en una caminata veloz y con algunas corridas nos dirigimos hacia el poblado. En el río, mis ojos no daban crédito de lo que veían, por momentos me sentía como dentro de una película, al ver los todos guerreros pintarse de blanco cada parte de su cuerpo, tal como lo hacían sus antepasados cuando se pintaban para las batallas
Ese, para mí, fue un momento mágico, sentía la adrenalina recorrer mi cuerpo, mi corazón latía aceleradamente, yo no quería perder ni un segundo, sacando cientos de fotos y filmando varios videos, trataba de plasmar lo que lo que sucedía, y me sentía un privilegiado de ser el único blanco en presenciar esta ceremonia.
Demoramos más de 2 horas en regresar a la maniata y arribamos justo para la puesta de sol. Allí, las familias de los guerreros esperaban ansiosos, al llegar, los cantos se multiplicaron y no cesaron hasta entrada la noche.
A la mañana siguiente, quedaba el último y más significativo acto de esta ceremonia, los guerreros se colocaron al frente de las 75 chozas y les cortaron su melena, con este acto, todos ellos dejaron de ser guerreros y se convirtieron en adultos.
Todavía en mi cabeza sigue retumbando la canción más repetida, que en su idioma Masai decía: «A juntar vacas y a casarse» claro, a ellos se les venía una nueva etapa en su vida.
A mí, en cambio me quedaba el regreso a la civilización, el cual no iba a ser fácil. Ya que la lluvia había hecho intransitable el camino, Yo quedé varado durante 2 días en un pueblo pequeño, uno de esos pueblos que no aparecen en ningún mapa. Pero cuando lluvia cesó, y el camino se secó, yo pude regresar a Arusha, y por fin pude irme a relajar unos días a la paradisiaca isla de Zanzíbar.
Javier Remon